CADA DÍA SU AFÁN Diario de León, 22.1.2011
UNIDOS EN EL MARTIRIO
“La Iglesia fundada por Cristo Señor es única, aun cuando son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo”. Así decía el Concilio Vaticano II, en su decreto sobre el ecumenismo. Y añadía a continuación que la división de sus discípulos “repugna abiertamente a la voluntad de Cristo, es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el mundo”.
El camino recorrido desde el Concilio hasta ahora no es uniforme. Por una parte ha aumentado el proselitismo descarado de algunas sectas que se autodenominan cristianas para aumentar el número de sus afiliados, hurtándolos a otras comunidades. Por otra parte hemos presenciado pasos gigantescos que las grandes comunidades cristianas han ido dando para entablar un diálogo de fe y de caridad. Y, finalmente hemos asistido al desencanto de muchos cristianos que, ante las graves decisiones morales y sacramentales tomadas por sus dirigentes, han pedido ser admitidos en la Iglesia Católica, conservando muchas de sus tradiciones.
Muy pronto se publicará en España el documento “Confesamos un solo bautismo para el perdón de los pecados”. Se trata de una declaración conjunta de la Conferencia Episcopal Española y de la Iglesia Española Reformada Episcopal. En él se expresa el recíproco reconocimiento de nuestro bautismo en Cristo. Otros documentos interconfesionales han ido mostrando el acuerdo entre las iglesias sobre la eucaristía o los ministerios.
La Iglesia Católica, por otra parte, mira en estos momentos a la Tierra Santa y a todo el Medio Oriente. En aquellos lugares comenzó la comunidad a dar sus primeros pasos. Allí surgieron las primeras divisiones. Pero, más que en ningún otro lugar, allí resuena el deseo del Señor de que vivamos la unidad que el pedía al Padre para todos sus seguidores.
Con todo, en esta hora hay un nuevo factor que nos lleva a valorar, agradecer y repensar el ideal de la unidad cristiana. A pesar de la división de creencias y compromisos, hay algo que nos une: el martirio. Los que nos contemplan desde fueran nos ven unidos en la misma fe. Por eso están dispuestos a acusarnos como blasfemos o enemigos de la sociedad. Para muchos de ellos somos los “paganos” a los que se odia profundamente o “los infieles” a los que hay que matar para obedecer a un Dios que se proclama como clemente y misericordioso. Pero es evidente que para ellos somos el signo de una diferencia que sobrepasa nuestra presencia.
Los cristianos de diversas comunidades asesinados en Irak, en Nigeria, en Egipto y en otros muchos países son nuestros hermanos en el seguimiento de Jesucristo. Todos ellos, nos están recordando un mensaje inolvidable. A pesar de nuestros ridículos enfrentamientos y corralitos hay algo importante que nos une: nuestra fe en Jesucristo que nos lleva a dar la vida por él. El amor es el signo de nuestra fe. Y el martirio es la prueba de nuestro amor. Por eso es también la estrella de la esperanza que nos guía.