CUANDO EL EMIGRANTE ES UN NIÑO
El fenómeno de las migraciones impresiona por muchos motivos. En primer lugar por el número de personas implicadas; después por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que plantea; y finalmente por los desafíos dramáticos que supone para las comunidades nacionales y para la internacional. Así los recordaba Benedicto XVI en su tercera encíclica Caritas in veritate.
A esa problemática ha vuelto a referirse el Papa en el mensaje que ha publicado para la Jornada Mundial de las Migraciones, que se celebra el domingo 17 de enero de 2010 bajo el lema "Los emigrantes y los refugiados menores de edad".
Hoy casi todo el mundo conoce muy de cerca la experiencia de la emigración. O por haber tenido que buscar trabajo en otros países o por convivir muy de cerca con personas que han llegado de lejos. Entre ellas hay niños y adolescentes. Los que han llegado muy pequeños o han nacido ya en el país de destino, apenas conocen las tradiciones de su propia tierra y a la parte de su familia que ha quedado allá. Los que permanecen en su tierra de origen, se ven con frecuencia separados de sus padres durante algunos años.
Es cierto que los niños y adolescentes emigrantes forman parte de dos culturas. Esa biculturalidad tiene ventajas y desventajas. Los niños hacen con frecuencia de puente y ayudan a sus propios padres a introducirse en la nueva sociedad. Pueden enriquecerse por el encuentro entre diferentes tradiciones culturales. Para ello, según el Papa, hay que escolarizarlos adecuadamente y facilitarles “su integración social gracias a estructuras formativas y sociales oportunas. Nunca hay que olvidar que la adolescencia representa una etapa fundamental para la formación del ser humano”.
La Convención de los Derechos del Niño afirma que hay que salvaguardar siempre el interés del menor (cf. art. 3) y reconocerles como a los adultos los derechos fundamentales de la persona. Pero todo el mundo sabe que en la realidad muchos menores son abandonados y explotados. “Son los más vulnerables porque son los que menos pueden hacer oír su voz", como escribió Juan Pablo II al Secretario General de las Naciones Unidas con ocasión de la Cumbre Mundial para los Niños.
Los cristianos recuerdan que, de niño, también Jesús vivió la experiencia del emigrante, al tener que refugiarse en Egipto con José y María para huir de la amenaza de Herodes (cf. Mt 2, 14). El Papa desea “que se dedique la debida atención a los emigrantes menores de edad, que necesitan un ambiente social que permita y favorezca su desarrollo físico, cultural, espiritual y moral”.
Las instituciones cristianas, movidas por la fe y la caridad, ya ayudan de diversas maneras a los que viven la experiencia de la emigración. “De este modo, también la acogida y la solidaridad con el extranjero, especialmente si se trata de niños, se convierte en anuncio del Evangelio de la solidaridad”.
José-Román Flecha Andrés